viernes, 9 de julio de 2010

—Una nena de 9 años, dos trencitas, se las ata con papel
—¬¡Moño-papel!
—Con una hermanita que no habla…la hermanita vuelve a hablar después que hace un dibujo (o algo así).
— ¡Mágico! Pero... si Sofi hace un dibujo mágico, ella es la protagonista…
—No, no es un dibujo, es un poema guardado, que descubre la hermanita, imagino el cuento lleno de garabatos, cosas escritas en los costados, avioncitos de papel, espejos, barriletes.
— ¿Piroflexia? ¿Que es eso? ¿también se revuelcan en los charcos de oraciones?
— No se.
— ¿Y si tuvieras que elegir un sabor para tu rió preferido? ¿Cual seria?
—Chocolate.
— ¿Y Cuantos años tiene la hermanita?
—Cuatro.
— ¿En otoño se caen las palabras y en primavera florecen?
— ¡Claro!
— ¡El tiempo!
—Y también había una casita, en un árbol…




¿Por qué hay que terminar algo que no sabemos su final?


- ¿Dónde está Sofi? Quiero ocultar las miradas para así poder soñar que está en esta plaza destruida.
- ¿Sofi, dónde estás?¬ -Muerto de miedo el padre miraba la plaza vacía.

Empezó a cruzar todos los escondites de la plaza en donde Sofi solía estar especialmente los charcos de oraciones que ensuciaban su vestido negro.
La buscaba en el puesto de hojas, el sr. Octavio repartía hojas a todos los chicos, ellos podían utilizarlas a su antojo. La parte mas divertida era que podían jugar con ellas hasta hartarse ya que eran inarrugables (sobre todo para poder deslizarse en una de las pocas montañas de papel que había en la plaza). Los chicos llegaban hasta la cima de la montaña y podían observar toda la plaza desde arriba, además tirarse en esas alfombras de papel ideal que les entregaba el señor Octavio. Algunos decían que cuando las alfombras se deslizaban por la montaña de papel, los ideales desaparecían. Cada uno poseía una alfombra propia que le servía hasta cierta edad, cuando los chicos crecían, la alfombra ideal era heredada.
La buscaba entre los árboles, donde crecían hojas-palabras. Ellas solían caerse y dejar toda la plaza llena de oraciones inconclusas, la casa del árbol donde Sofi solía acurrucarse en un extremo tratando de escribir algún cuento sobre su alfombra de papel dorado.
Recuerda las mañanas en las que Sofi solía levantarse temprano para ser la primera en llegar al lugar en donde los pirofléxicos se reunían para discutir alguna forma nueva sobre algún barrilete o avión. Mientras, después de unas horas contemplaba maravillada las palabras caerse sobre el piso de papel amarillo.
Las palabras solían caerse cuando eran imposibles de decir.

Sofi veía la muerte de las hojas-palabras todas las tardecitas y a la mañana rastros de papel quemado. Ella se entristecía cuando desde su casa sentía el olor a papel carbonizado. No podía dejar de mirar el suelo de la plaza y las cenizas que dejaban las palabras destruidas.
Sofi miraba a los demás caminar por la plaza....


¡Sofi! ¡Sofi! ¿Dónde estas? -Gritaba una vez más el padre deseando que volvieran aquellos días en los que salía corriendo para mostrarle los cuentos que escribía en el árbol.
Acostumbraba correr por toda la plaza con una hoja en cada mano manchada de tinta. El padre se encontraba esperando a que Sofi regresara a la casa del árbol. Miraba desesperadamente los títulos de los cuentos que le recordaban a su hija desaparecida.

El tiempo se había llevado las hojas blancas y la casa en el árbol estaba destruida, al igual que las hojas de sus antiguos cuentos.

¡Sofi! -el grito desgarrador del padre era cada vez más extenso y quebradizo-. La angustia, la nostalgia de ese abrazo que manchaba su camisa, y sus ansias de contarle un cuento, sentarla en su falda en algún banco de la plaza, al lado del río de café.

En diciembre, esperaba la navidad, en esta época del año frecuentaba más con su Papá la plaza, recorrían los árboles de papel y miraban juntos los colores que florecían en ellos. Ella sabía que le esperaban lindas sorpresas para compartir con su padre en esa época del año.
Todo empezaba la tarde del 24... La plaza se llenaba de gente para recibir a los pirofléxicos que venían de todas las ciudades a mostrar sus inventos, luego, cada uno volvía a su casa y cuando llegaba la medianoche toda la gente se juntaba a observar los papeles fosforescentes.
Los pirofléxicos se iban ubicando lentamente sobre el escenario, las figuras parecían estar dibujadas en el piso, lentamente uno de ellos empieza a sacar de su bolsillo una cosa parecida a una paloma, continuó moviendo la mano y lentamente empezó a abrir la palma como si algo lo quemara, las dos manos iban como bailando con el papel hasta que de pronto casi como por arte de magia el papel se le voló de la palma acaparando la atención de todos: nadie nunca había visto semejante cosa.
La plaza se desbordaba de colores que acompañaban la banda de violines... ¡Cómo sonaban los magníficos acordes de papel!
La música se colgaba de los árboles y se volvían partituras que caían sobre la gente. Cada canción se llenaba de aplausos, cada nota musical se volvía viva en las manos de los violinistas.

El padre de Sofi trata de golpear las puertas de las casas, mira a los demás chicos reír y comer mariposas. Se detiene sobre cada banco partido en dos, sobre el río de café, se revuelca y revuelve las hojas que ya están carbonizadas. Se detiene en alguna mirada que le hace recordar a su hija. Mira las pestañas de los demás, quiere ser otro. Agudiza sus sentidos, calcula cada paso para no caerse, se detiene y se duerme parado, se cansa de buscar, reacciona de vez en cuando. Cuenta los minutos, y las horas, cuenta las baldosas, su vida ha sido una cuenta pendiente, todo es calculado.
Los pasos, las horas, los pares de ojos, ¿Cuántos son los extraños?
El agua que cae del cielo ya lo empieza a molestar, se resbala, se cae, se vuelve a estabilizar .Las nubes parecen perseguirlo, la gente se alborota, corre, grita.
Se detiene de nuevo ante el árbol que cree que no vio jamás, utiliza de espejos los charcos en donde el agua se acumula…y mira en el su reflejo, se ve pálido, agotado, se toca la cara para saber si aun esta ahí.

-Necesito las palabras que los bancos han despintado para anteponer una metáfora. La mancha de acuarela, lo imperdonable, lo verde está en el río de café... solo trato de balbucear eso que no miramos.
Mi padre corre hacia mí, no entiende porque no puede cruzar los renglones, las acuarelas desaparecen sin saber.
¿Quién miente en la plaza? ¿Quién me despertará sobre el árbol sin hojas?

En ese momento mi padre descansa, cae,
Y Muere de rodillas, llorando al salir.

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